sábado, 15 de septiembre de 2012

VÍCTOR BÓRQUEZ NÚÑEZ PREMIADO POR LA LIGA CHILENA CONTRA LA EPILEPSIA

ANTOFAGASTINA

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DESPERTAR
Por Víctor Mario Bórquez Núñez
(Periodista, escritor y profesor antofagastino)

...Abrió los ojos, trató de incorporarse con dificultad y cuando se sentó en el duro pavimento, recién se percató que estaba en la vía pública, en una calle del centro de la ciudad, rodeada de personas desconocidas que la miraban con cara de asombro y preocupación.

-¿Está bien, señorita? Llamamos a la ambulancia, pero para variar no ha llegado… -dijo una señora de voz bondadosa. Yo le tengo su cartera y una bolsa con las compras que hizo. Por suerte, no se quebró nada.

Todavía mareada, con una sensación de vergüenza que le impedía levantarse, Claudia se acomodó su ropa y miró largamente el suelo, notando recién que sus rodillas estaban sucias y que alguien le había limpiado la sangre de la mano.

Otra vez la señora de voz duce intervino:

-M’hijita, quédese sentadita mientras llega la ambulancia…dígame si desea que llame a alguien de su casa para que la vengan a buscar.

Claudia levantó con timidez su rostro. Sabía que sus mejillas estaban calientes por lo incómodo de la situación en que se hallaba. Al alzar la mirada se encontró con los ojos de la señora, tan claros, tan limpios, que se estremeció por la emoción.

Los demás empezaron a retroceder, como si tácitamente entendieran que el espectáculo había finalizado. La señora se arrodilló y le dijo, casi en un susurro:

-Tuvo suerte, m’hijita, de verdad. Porque cuando a mí me vienen las crisis en la calle he estado botada sin que nadie me pase ni un pañuelo y hasta me han robado de la cartera…

Claudia estaba completamente repuesta del ataque y se levantó con cuidado, todavía sintiendo los dolores en las piernas, producto de azotar su cuerpo contra el pavimento irregular de la calle.

Como si se trata de un ritual memorizado, se limpió las manos con el pañuelo que la mujer le había tendido, arregló sus cabellos y su ropa, recuperó su cartera y su bolsa y con suavidad extrema, cogió el brazo de la mujer. Recién entonces pudo decir con voz fuerte y recompuesta:

-Gracias…

La mujer le apretó el brazo, con ternura. Ambas se miraron y sonrieron, comprendiendo que estaba naciendo una amistad de ésas que no se pueden expresar con palabras.

Caminaron por la cuadra, llegaron a la esquina y doblaron rumbo a la plaza. El sol estaba brillando en todo su esplendor esa mañana



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